Nos bombardean de malas noticias y aún así sabemos que hay muchas otras malas noticias de las que nadie habla. Dios quiera que lleguemos pronto a un tal nivel de conciencia que haga despertar, en cada uno de nosotros, un cierto auténtico interés hacia las buenas noticias que siempre se rodean de silencio, a veces fecundo a veces culpable. Dios quiera que no nos dejemos manipular tanto, en la política, la cultura, el trabajo, el arte y la vida.
Una de las tragedias es que contar lo bueno es sumamente dificil y, cuando se intenta hacerlo, se cae tan fácilmente en el mal gusto. Sucede que se llena la bella historia de una sentimentalidad innecesaria y de miles de otros defectos que la arruinan. Tomamos a ejemplo el cine: las películas inútiles tienen el privilegio de ser, casi siempre, intachables; son malas, tibias, vulgares películas, pero profesionalmente perfectas. Al contrario, las que cuentan buenas, inusuales historias, evocadoras, cargadas de milagro y confianza, demasiadas veces resultan cursi y mal realizadas, por lo tanto destinadas al cajón del mal cine.
Cuando Dostoevskij decía que “la belleza salvará al mundo” ¿qué quería decirnos realmente? La belleza es piedra preciosa, material raro, fugaz rostro que se esconde a trás de un sueño: perseguirla es mucho más que aplicar técnicas, es fruto de alguien que no evita enfrentar, con alma confiada y apasionada, con algo de buen humor, “el infierno de los detalles”.Me pregunto: ¿está prohibida una normal y sana convivencia entre lo bueno y lo bello?
Se trata quizás de contar lo bueno en su pura verdad, sin suspiros de acompañamiento, sin tiernas falsedades, sin comentarios y estando más diligentemente atento a captar la belleza cuando desea revelarse. No sé. Pero dejar que nazca lo bello es urgente y necesario y es un deber, porque no hay que olvidar que sólo lo bello contagia positivamente; lo feo confunde, deforma, adormece y masifica.
Hay varias películas que se empeñan en denunciar nuestro mundo cruel y habren closets prohibidos, pero resultan, demasiadas veces, películas incapaces de despertar libertad o indignación movilizadoras: son ellas también películas que adormecen el espíritu, a pesar de que sus directores se declaren comprometidos con el arte del cine y la realidad. Yo aconsejaría de ir en búsqueda de pelìculas muy discretas, poco pretenciosas, pero dotadas de un toque que es capaz de liberarnos del desencanto para despertar nuestra creatividad cotidiana.
En este inicio de año, qué la crisis no nos paralize y se vuelva oportunidad para crear lo nuevo,: por ello, nos podría ayudar ver o volver a ver algunas películas que nos suguieren una manera diferente de hacer nuestro trabajo de todos los días. La primera película que les propongo es Los coristas, con su entrañable maestro de música Clément Mathieu: una nueva forma de trabajar de un solo hombre cambia la vida de varios muchachos. La segunda es Ni uno menos: una niña de 13 años se encuentra de repente trabajando como maestra sustituta en una escuela de un pueblo chino; no sabe hacer la maestra, pero toma en serio su tarea y, por medio de su trabajo, su entorno cambia. La tercera es una película francesa: Ser y tener. Y desde luego hay siempre el nuestro Hitchcock, que trabajaba lentamente, con auténtica genialidad: ninguna película suya fue inútil, tibia o adormecedora del espíritu. En especial, podríamos volver a ver Yo confieso con el justamente mítico padre Logan.
Desde luego, a quien prefiere leer, sugiero una fábula: se trata de “El príncipe infeliz”. Autor: Tommaso Landolfi. Año: 1938. Una parábula de la existencia, contada sin errores. Y, a quien prefiere la Ópera, sugiero la Turandot, donde el amor le gana al odio y que, con su romanza “Nessun dorma” (nadie duerma), nos ofrece un Himno para estar despiertos y luchar, frente a la realidad más dura y atemorizadora.
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