Fig. 2: Pablo Zelaya Sierra. La mujer y el niño. 96 x 70 cm. Sin fecha.
Por Gustavo Larach
En Paisaje con hombre segando (Figura 1), Zelaya ha ampliado su paleta y, a través de modulaciones cromáticas más analíticas, es decir, que integran un rango mayor de variaciones en intensidad, matiz y valor, ha logrado una evocación luminosa más resonante, en la que la luz parece menguar y expresa así cierta nostalgia. A lo lejos, su apariencia atenuada por la perspectiva atmosférica, pueden percibirse aun las altas chimeneas industriales, disminuida su escala por la gran distancia. En el fondo de la imagen, los grandes edificios de un centro urbano se elevan contra el cielo. Muros altos y gruesos atraviesan la zona intermedia de la composición, sugiriendo un espacio profundo y encerrando una gran extensión de tierra. Fuera de ese dominio, de espaldas a todo el conjunto urbano, un hombre se inclina sobre la tierra. El título de la obra, Paisaje con hombre segando, sugiere que este hombre cosecha o limpia el terreno; su trabajo no parece tener mayor importe ni ocasionarle mayor beneficio; su existencia, unos cuantos trazos de azul sobre una porción mínima del lienzo, parece casi sin consecuencia.
La tela de Zelaya titulada La mujer y el niño (Figura 2) presenta una configuración radicalmente distinta a la vista en Paisaje con hombre segando. La figura humana, femenina en este caso, ha sido amplificada hasta abarcar toda la dimensión vertical del lienzo y el ambiente ha sido extremadamente simplificado: un área de gris azulado para el cielo, grandes áreas homogéneas de blanco como nubes, un horizonte bastante alto, una casa sencilla que descansa sobre la colina y un camino que corta la ondulante superficie del terreno y que conecta la casa con la monumental figura en primer plano. Las formas de la figura también han sido simplificadas, y es importante observar que se han hecho abultadas y pesadas, como si la figura estuviera hecha de gruesos bloques de madera toscamente tallados.
El tratamiento de la figura, el espacio austero y la luz demasiado fuerte pero modulada que se observan en La mujer y el niño son recursos visuales próximos a los usados por Vázquez Díaz para crear la imagen de los monjes en su tela de 1931 titulada El refectorio (Figura 3). Dichos elementos plásticos constituyen un lenguaje visual desarrollado por el pintor español con el fin de representar lo intemporal (Gállego, Hierro, Morales y Marín, & Antolín Paz, 1993, p. 220). Aunque los monjes de Vázquez Díaz dan la sensación de figuras de piedra, sus semblantes no pierden la expresividad; algunos tienen grandes ojos abiertos, otros sombras que ocultan la mirada, varios tienen las cavidades oculares vacías, lo que da la sensación de estar viendo una máscara; todas las formas son simples pero sólidas, incluso las de los manteles que cuelgan de la mesa donde los monjes se reúnen para sus comidas frugales. Es este lenguaje de lo intemporal el que Zelaya ha utilizado para crear la imagen de una mujer fuerte y colosal, quien puede dar seguridad y sustento a un niño aun bajo las duras condiciones de la tierra yerma. Pablo Zelaya Sierra pintó una madona descalza, una monumental figura secular de gran importe poético, cuya serenidad y estabilidad se expresa a través de formas toscas, muy distintas a las formas romanizantes de su maestro: en La mujer y el niño, Zelaya impregna su pintura de contenidos que buscan evocar lo propio de su tierra natal.
Traducción: Adalberto Toledo y Gustavo Larach
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