La restauración se autorizaba sólo en circunstancias excepcionales y se comenzaba a temer las intervenciones mal ejecutadas por parte de restauradores incapaces.
En el 1767 Pietro Edwards, un pintor de descendencia inglesa, desempeñó el papel de inspector, creó un Taller de restauración público y definió las primeras normas modernas de la restauración, tomando en cuenta todos los distintos aspectos: las modalidades para la definición del estado de conservación, los gastos de las intervenciones, los procedimientos para la documentación científica y correcta de las intervenciones. En el 1785 Pietro Edwards además escribía el Plan práctico para general Custodia de las públicas pinturas, primer documento que contiene criterios modernos de la conservación preventiva y en el cual se describían de forma clara:
las causas del deterioro de las obras de arte;
las especiales condiciones climáticas de Venecia;
las características no aptas de los edificios.
En el año 1820 Edwards escribe finalmente un proyecto para la creación de una Pública Escuela de restauración de la pintura . En el documento se definen con mucha precisión los criterios a seguir para la formación de los restauradores. Están previstos enseñanzas teóricas y ejercicios prácticos.
Con Edwards el restaurador se separaba definitivamente del artista y la restauración convertíase en una disciplina autónoma.
Las ideas de Edwards contribuyeron a las innovaciones que fueron elaboradas en el curso del siglo XIX en el ámbito de la restauración de monumentos y que influenzarono la Carta de Atenas en 1931.
En el siglo XIX creció considerablemente la literatura específica sobre restauración. En Europa durante todo el siglo la formación de los restauradores continuaba a ser realizada en la forma de aprendizaje en atelier (laboratorio o taller). Muy a menudo la profesión era transmitida de padre a hijo. La transmisión del saber era todavía limitada y el “Secreto de Taller” limitaba la difusión.
En 1866 en Italia Giovanni Secco Suardo públicó el Manual del restaurador de la pintura en el que definía con precisión la preparación que el restaurador debía poseer y la necesita que fuesen enseñadas asignaturas de química y de mecánica.
En el siglo XIX los científicos ya se ocupaban de las obras de arte. Médicos y criminologos utilizando el método experimental de las disciplinas deductivas, ejecutaban investigaciones diagnósticas sobre importantes obras de arte con el objetivo fundamental de verificar su atribución.
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