venerdì 20 gennaio 2012

Vincent Van Gogh, Los descargadores en el Arles, 1888



Entregarse a la contemplación de la pintura exige una cierta docilidad. Es necesario permitir que el acontecimiento que tenemos delante surta sus efectos. En muchos sentidos es una actitud lejana de nuestra cotidianidad, o mejor dicho de la cotidiana alienación en que nos sumergimos. Por lo visto necesaria, esta alienación nos guarda de dosis de dolor y sufrimiento que serían un desgarramiento continúo en la visión de todas las injusticias que se cometen con o sin nuestro consentimiento, pero que parecen no poder ser evitadas. De ahí la dificultad de entregarse a otro: cualquier otro es signo de avidez y prevaricación. Antes de nada, sospechamos del otro.
Pero mirando los paisajes de Van Gogh, como Los descargadores en el Arles de 1888, somos devueltos a una confianza de origen. Una especie de firme reposo invade la atmósfera, es el reposo de un ritmo humano, que sucede al trabajo. El cielo crepuscular se proyecta sobre el pueblo reflejado sobre el agua: en más de un sentido el agua y el aire son semejantes, se acompañan en su inmensidad de tonos claros. Las sombras son los elementos sólidos de la composición, lo mismo que los edificios y los hombres que recogen la carga de las barcas. Es un juego de luces y sombras que sorprende por su ausencia de moralismo.
Sin embargo, no es el color únicamente el elemento que hace posible la armonía, el movimiento se sugiere por el reflejo de las luces sobre el agua, describiendo un río calmo apenas ondulante, efecto que es sugerido por una pincelada horizontal, breve, mientras que en la parte superior la pincelada denota los girones de nubes que se han desagarrado.
Si en algunos cuadros del pintor holandés encontramos una calma apacible, en este caso nos hallamos delante de un espasmo de conflicto con la nube desapareciendo y el sol mostrando su ardor mientras decae. Una especie de lucha final ante el inminente desfallecimiento que acompaña la jornada diaria.
Además de la idea de ritmo vital, está presente la idea de destino. Tanto el río como el cielo nos muestran la presencia de un misterio insondable, pero presente, cercano: a pesar de la pasada lucha, no es terrible ni angustiante. El cuadro invita a arrojarse de inmediato en los brazos de esa realidad, hundir el dedo, como dijo Artaud, con un irrefrenable deseo de violenta regresión a la infancia. También nosotros desearíamos fundirnos en ese paisaje, encontrar nuestro lugar en el amplio panorama indescifrable que nos rodea, con la confianza de que es compañero y no verdugo.

2 commenti:

  1. composicion: puede ser:
    simetrica, triangular, en cuña. en aspa, en forma de t, en forma de l, en forma de s, radial , ovalada o mixta.
    cual la considerais??

    y si os piden el tema, ¿cual diriais?

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  2. dividida en dos por la linea de horizonte...

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