martedì 28 novembre 2017

Emil Nolde - Cristo y los niños

1910, Museum of Modern Art, New York

Emil Hansen (que cambia su apellido a Nolde, nacido en la localidad del mismo nombre, en Tordern, el año 1867) fue un pintor, grabador y acuarelista alemán, conocido sobre todo por ser uno de los máximos exponentes del Expresionismo. Además de sus contactos con los grupos expresionistas Die Brüke (El Puente) y Der Blaue Reiter (El Caballero Azul), fueron fundamentales para su obra Paul Gauguin, Vincent Van Gogh, Edvar Munch y James Ensor, influencia fácil de percibir en su pintura; de ellos aprendió un modo diferente de percibir la realidad y representarla como sentida: capturar la vida - a veces oculta - que está en el corazón de las cosas, transformándolas y enriqueciéndolas con el pensamiento y el espíritu propio. Nolde fue un pintor muy introvertido, de hecho, la colaboración con El Puente duró solo un año, aún si mantuvo una fuerte amistad con todos los artistas del grupo. Podríamos decir que esta introspección suya, fue lo que
le permitió comunicar esas grandes emociones tópicas del expresionismo alemán. No obstante la cercanía de Nolde con las mayores corrientes alemanas de la época, su estilo permaneció siempre muy personal.
En su gran obra artística abunda una diversidad de temas que va desde la nueva vida de la ciudad a inicios de siglo, a temas de denuncia, a temática religiosa, y es curiosa esta última en un momento histórico donde Picasso pintaba Les Demoiselles d’Avignon en 1907, Marinetti presentaba su manifiesto futurista en 1909, es decir, un momento histórico donde se daba una - aparente - ruptura con la tradición, sea en términos estilísticos que tematicos. Durante el periodo 1909-1912, en la pintura de Nolde los temas religiosos están muy presentes y es, de hecho, de estas fechas “Cristo y los
niños, obra potente de profunda humanidad y bella sencillez.
El centro visual de la composición está ocupado por una figura de espaldas con una veste azul-verdosa, no vemos su rostro, pero de la alegría de los niños, de sus cándidas sonrisas podemos imaginar que sea uno lleno de amor, que acoge; sus miradas se dirigen todas a él. La felicidad consiste en el depender de aquella mirada. Al lado derecho vemos un grupo de ancianos, maestros podríamos decir, que se amontonan que se miran entre ellos, otros escandalizados y sorprendidos. Tal vez son  aquellos  moralmente  perfectos, los sabiondos, conocedores de la verdad, pero aquel cerrarse entre ellos, sus miradas llenas de palabras, los hace ciegos frente a un hecho.
Sus vestes violáceas nos muestra el dolor de quien cree poseer todas las respuestas, de quien se cree autosuficiente,  autorreferencial, mientras que la alegría viene de reconocer una presencia, de un abrazo grande donde todo es tomado, inclusive la y sobre todo la razón, que como dice el escritor Antonio De Petro, es adherir frente a un hecho.
Nolde con sus gamas de color, con sus  enérgicas pinceladas, con su técnica libre de virtuosismos, nos entrega una obra humana, una pintura vibrante, que nos hace ver que para confiar toda la existencia en un abrazo hay que entregarse, hay que arriesgarse.


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